Jorge Soto Carballo
La Unesco anunció días atrás que este año el Día Internacional de la Educación (24 de enero) estará destinado a unir esfuerzos para luchar contra el discurso del odio, un fenómeno con creciente impacto en las sociedades: “La propagación acelerada de la incitación al odio es una amenaza para todas las comunidades. Nuestra mejor defensa es la educación, que debe estar en el centro de cualquier esfuerzo por la paz”, comentó en un mensaje a propósito de la cercana jornada la directora general de la organización, Audrey Azoulay.
Meses atrás, cuando el 18 de junio de 2022 el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, proclamaba el Dia Internacional para contrarrestrar el discurso del odio, y ponía la mirada con firmeza sobre la necesidad de pasar a la acción de manera contundente para luchar contra el discurso de odio porque “deshumaniza a las personas y a las comunidades” (Naciones Unidas, 18 de junio de 2022) , estaba destacando la necesidad de actuar sobre uno de los problemas más acuciantes que están afectando al mundo: la incitación a la violencia en todas sus formas, el menoscabo de la diversidad y la cohesión social. Sin duda, podemos afirmar, apoyándonos en la historia de la humanidad como el odio ha sido el fenómeno afectivo más destructivo, y que, apoyado en la desinformación que hemos alimentado, se extiende hasta nuestros días por múltiples vías generando estigmatización, discriminación y violencia.
El odio se impone como trasmisor de emociones negativas, de acciones amenazantes contra los derechos y los principios universales que cimientan la convivencia y socaba los principios y objetivos fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas (Naciones Unidas, 1945) como el respecto por la dignidad humana, la igualdad y la paz. No es exagerado decir que es uno de los asuntos que más preocupa internacionalmente para el libre desarrollo de la convivencia pacífica de la humanidad. Ocurre que en sociedades tan complejas como las humanas, el “nosotros” excluyente de una parte de sus miembros, provoca una coexistencia de ruptura estructural y se hacen éticamente inadmisibles sus consecuencias. Son muchos los ejemplos que podemos resaltar. Todos los días nos acostamos con todo tipo de noticias en donde la hostilidad, el rechazo por razón de sexo, raza, religión, discapacidad, edad, orientación sexual, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social, son persistentes. Convivimos con los efectos que producen las redes sociales y las plataformas digitales en la propagación de la apología del odio. Por todo ello es urgente poner el foco sobre la necesidad de políticas educativas que analicen, comprendan, contrarresten y combatan el racismo, la xenofobia, la misoginia y proyecten un desarrollo sostenible sobre la población más vulnerable. En este sentido, el artículo cuarto de los Objetivos del Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (ODS) hace hincapié en “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos, los derechos humanos y en definitiva la convivencia pacífica y responsable de los seres humanos y sus comunidades” deteniéndose en su apartado 4.7 “ en la necesidad de que el alumnado alcance en el año 2030, los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible”.
Gran parte de las democracias occidentales y de las instituciones internacionales han adoptado políticas destinadas a regular el discurso de odio. Sin embargo, todavía no se han definido consensuadamente los tipos de grupos destinatarios que las normas sobre incitación al odio pretenden proteger. El concepto se debate en relación no solo a su incompleta definición jurídica internacional sino también con las formas en que la libertad de opinión y expresión, la no discriminación y la igualdad pueden estar en peligro.
El odio propagado en las webs, blogs y foros, en las redes sociales y las aplicaciones de mensajería son los principales motores de la expansión de los delitos de odio y de propagación y escalada de la violencia en el ámbito mundial. Sin duda, el discurso del odio debe de combatirse a escala internacional pero las legislaciones y las interpretaciones no siempre ayudan a definir un marco común. Europa, dentro de este ecosistema tan complejo, debe de proteger valores sociales y culturales que nos son comunes, pero a la vez debe de solventar escollos como las plataformas tecnológicas cuya arquitectura se basa en valores del mundo neoliberal, consumo extremo y el anonimato. En palabras del secretario general de la ONU con motivo del Dia Internacional para Contrarrestrar el Discurso del Odio (junio de 2022): “la internet y los medios sociales han sobrealimentado el discurso del odio y permitido que se extienda, cual incendio abrasador, a través de las fronteras”.
España no es indiferente a los problemas derivados de esta realidad. El aumento del racismo y la xenofobia que perturban la convivencia y añaden conflictividad dentro de la sociedad civil en todos los órdenes de la vida diaria se ha incrementado y hace también evidente en el día a día en el ecosistema educativo. En este sentido, se echa en falta literatura científica sobre el discurso de odio que profundice en el alumnado y la convivencia en los espacios educativos (se ha centrado principalmente en presenciar y victimizar el discurso de odio), y en las otras maneras de intervención, para contrarrestar el discurso de odio, el contradiscurso y el discurso alternativo. Abordar de manera efectiva la multiculturalidad y el respeto a la dignidad de las víctimas siguen siendo una asignatura pendiente. Es prioritario poner el foco sobre las medidas, las actuaciones sobre y con los colectivos protagonistas y la necesidad de implementar políticas educativas, acciones correctivas y estrategias educativas para contrarrestar, prevenir y, sobre todo, intervenir para dar respuestas con actuaciones efectivas a la diversidad y pluralidad del alumnado, mejorando el entendimiento y trabajando por una convivencia pacífica en los espacios educativos. Sin duda, la educación, el ecosistema escolar es uno de los territorios más apropiados para gestionar el respeto a la diferencia, el intercambio cultural y el conocimiento del otro en un espacio común donde la heterogeneidad del alumnado tiene que ser asumido como una fortaleza y no como una debilidad de nuestro Sistema Educativo. Queda mucho por hacer en el ámbito educativo. Los retos son numerosos como lo son las realidades de cada persona en edad escolar. De nuestro compromiso social depende la lucha contra el discurso del odio. Un mundo más habitable está en juego.